MARTÍN CHAMBI
Sin duda, en sus imágenes Martín Chambi desnudó toda la complejidad social de los Andes. Ellas nos instalan en el corazón del feudalismo serrano, en las haciendas de los señores de horca y cuchilla con sus siervos y sus concubinas, en las procesiones coloniales de muchedumbres contritas y ebrias y en esas tiznadas chicherías que otro cuzqueño ilustre de esos años, Uriel García, llamó “las cavernas de la nacionalidad”. Todo está en ellas: los matrimonios, las fiestas y las primeras comuniones de los pudientes, y las borracheras y miserias de los humildes, y los públicos actos que unos y otros compartían, los deportes, los paseos, los bailes, las corridas, las novísimas diversiones y los solemnes ritos que los campesinos venían repitiendo desde la noche de los tiempos. De Martín Chambi cabe decir que en esos más de treinta años de labor no dejó un rincón del universo cuzqueño sin apropiárselo e inmortalizarlo.
Pero a ese mundo que fotografiaba sin descanso también lo transformó. Le impuso un sello personal, un orden grave, una postura ceremoniosa y algo irónica, una inmovilidad que tiene de inquietante y de eterno. Triste y duro, pero también, a veces, cómico, cuando no patético o trágico, el mundo de Martín Chambi es siempre bello, un mundo donde aun las formas extremas de desamparo, la discriminación y el vasallaje han sido humanizadas y dignificadas por la limpieza de la visión y la elegancia del tratamiento.
Fuente: Mario Vargas Llosa, 1990.