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SERGIO LARRAÍN

En 1959, la agencia Magnum encargó al fotógrafo chileno Sergio Larraín una misión casi imposible: fotografiar al temido capo mafioso Giuseppe Genco Russo. Larraín viajó a Sicilia con su cámara Leica en el bolsillo y recorrió todos los rincones de la isla a lo largo de tres meses sin encontrar al prófugo. Durante la búsqueda, registró a niñas jugando en corro, niños subidos a árboles, una viuda que se cubre el rostro con un velo negro en un funeral, calles de piedra cruzadas por hombres en burro. 

Larraín no sólo dio con Russo. Logró ganarse su confianza, que lo invitase a su mesa y frecuentarlo durante dos semanas sin sacar la cámara. Cuando lo hizo, primero para retratar los objetos de la casa y después apuntar contra el mafioso de la Cosa Nostra, éste le preguntó por qué le tomaba tantas fotografías. "Porque después hay que seleccionar la mejor para mi álbum de los recuerdos", le contestó. Russo se tragó la respuesta y se puso un traje y un sombrero para la siguiente toma. Larraín abandonó el pueblo de Caltanissetta al día siguiente y, poco después, esas imágenes dieron la vuelta al mundo.
 

Antes de hacer bajar la guardia a Russo, el fotógrafo también logró familiarizarse con los niños de la calle que vivían a orillas del río Mapocho, en Santiago de Chile. Con planos inusuales -contrapicados, imágenes tomadas a ras de suelo, encuadres cortados- Larraín retrató y filmó a los menores sin techo: sus pies dormidos sobre alcantarillas, reunidos en círculo mientras cocinan, junto a perros, con la mirada fija en la cámara. Ese trabajo, realizado en 1957, llamó la atención del Museo de Arte Moderno de Nueva York, que le compró dos fotografías, y fue el puntapié inicial de su carrera. 

Fuente: El País

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